A los enemigos del fútbol :

Hay un tipo de antifutbolero, muy extendido, que hace de su militancia contra el fútbol el argumento máximo para defender su SUPUESTA inteligencia.

viernes, 28 de mayo de 2010

Gerrard, el poeta guerrero de Anfield

En 1963, Gerry and the Pacemakers pusieron letra y música al éxito You’ll never walk alone [Nunca caminarás sólo]. Aquella canción se convirtió en una filosofía de vida, en un escudo, en el catecismo de una religión llamada Liverpool. Para miles de personas, esa canción es rotundo juramento, invitación a la entereza, armadura espiritual. Un canto a la esperanza. Una melodía que se transmite de padres a hijos. Paisley, Dalglish, Souness, Rush o Barnes no tuvieron miedo de la tormenta y nunca caminaron solos a través de la oscuridad. Brillaron sobre la alfombra verde como hombres de honor primero, y como futbolistas de calidad después. Ahora, el estandarte de esos valores, la bandera de ese himno, la sostiene Steven Gerrard. Un hombre de honor.



Gerro responde al ADN del extinto One Club Man* [Expresión anglosajona que sirve para definir al futbolista que ha agotado su carrera deportiva ligado, durante años, a una misma camiseta y fiel a una filosofía de vida]. Ahora que corren malos tiempos para la lírica, Steven Gerrad resiste en la jungla del fútbol sofisticado y mercenario como un jugador de los de antes. Un One Club Man que recuerda a los aficionados los tiempos en los que nadie cambiaba de equipo, porque era más digno jugar para el barrio que por dinero. O por la Coca-Cola y el bocadillo. Las células de Gerrard se confunden tanto con el escudo del Liverpool que estamos no sólo ante un gran futbolista, sino ante un diario íntimo del club. Ante un tipo cuya principal virtud ha sido ser fiel a la tradición del Liverpool. Ante un hombre que sabe que la palabra de Bill Shankly - alma máter de los Reds - es sagrada, y que responde a una serie de mitos, ritos y símbolos de culto.

Cuenta la leyenda que durante su longeva etapa como jefe del Liverpool, Bill Shankly ordenó colgar en el túnel de vestuarios un cartel con la inscripción This is Anfield, -Esto es Anfield- con el único objetivo de recordar a sus jugadores para quién iban a jugar, y a sus rivales, para recordar ante quién iban a perder. Gerrard, aprendiz de Shankly, sargento chusquero de entrenadores y futbolista para el pueblo, recogió el testigo de Shankly. Fue en una rueda de prensa a mediados de los noventa, cuando un periodista del Daily Mirror le puso la cuestión encima de la mesa. Gerro, el tipo con cara de minero, gesto hosco y muy mala leche, respondió así a la cuestión:

- Cuando toco el cartel que Shankly mandó colgar en Anfield, me acuerdo de la gente. Gastan un dinero que no tienen, y no llegan a final de mes para estar con su equipo. Yo soy el encargado de defender su orgullo y su fe. Lo haría con mi vida si llegara la ocasión.

La ocasión llegó en Estambul, de la mano del Shankly español, Rafa Benítez, que armó un equipo ordenado, solidario y equilibrado que se plantó en la final de la Copa de Europa ante el Milán de Silvio Berlusconi. Según reza la película Braveheart en sus créditos, ‘En el año del señor de 1314, patriotas escoceses, hambrientos y en inferioridad, atacaron los campos de Bannuckburn. Lucharon como poetas guerreros. Como escoceses. Y se ganaron su libertad’. Según los libros de historia de la Copa de Europa, en el año del señor de 2005, patriotas de Liverpool, hambrientos y en inferioridad, atacaron los campos de Ataturk y remontaron un 3-0 en contra en la final más homérica de todos los tiempos. Lucharon como poetas guerreros. Como ingleses. Y después de echar el corazón por la boca, con prórroga incluida, después de una dramática tanda de penaltis, alzaron la Copa de Europa. Aquella noche, Steven Gerrard fue un William Wallace inglés sobre el césped. Jugó de lateral derecho, de interior, de cerebro, de exterior, de segundo delantero e incluso de central, en la mayor exhibición de arrojo y compromiso que se recuerda en una final de Copa de Europa. Fue la final de una furia vestida de rojo. De Steven Gerrard, un duro de los de antes. Un poeta guerrero.


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