A los enemigos del fútbol :

Hay un tipo de antifutbolero, muy extendido, que hace de su militancia contra el fútbol el argumento máximo para defender su SUPUESTA inteligencia.

martes, 1 de noviembre de 2011

This is the end of the road...


Bueno no era un secreto , lo evidente se hizo oficial : simplemente se me acabaron los ánimos - y la inspiración- de seguir con esto. Así que de momento este proyecto pasa a mejor vida , aunque uno nunca sabe , quizá algún día un apocalipsis de muertos vivientes haga que los restos de este blog se levanten de su tumba a perseguir el alma maldita del Real Madrid , de CR7 o hasta incluso el mismísimo Club América.

Por lo pronto agradezco a los lectores de mas de 20 países diferentes que hicieron posible 16 000 entradas.


Andric.

jueves, 28 de abril de 2011

LA ERA GUARDIOLA


Una cosa es ser exitoso y otra muy distinta es ser ejemplar.
Aquí algunas muestras:

Maná es el grupo mexicano más exitoso de los últimos 20 años pero eso no quiere decir que su música tenga calidad o haya marcado alguna tendencia. Pasa lo mismo con muchos programas de Televisa y TvAzteca. Son exitosísimos, sí, más no por ello dejan de ser un monumento al mal gusto y la estupidez.Tipos como Don Francisco y el “Teacher” López Doriga sin duda son exitosos, pero ¿te gustaría ser como ellos?

Lo mismo aplica para muchos altos ejecutivos y hombres de negocios. Tienen un Audi con chofer en la puerta, casa en Valle de Bravo y versión Platino en todas sus tarjetas. Son exitosos, hay que aceptarlo, pero ni sus maestrías y doctorados o todo el dinero que han ganado a lo largo de los años son suficientes para borrarles la cara de pendejos.

Con José Mourinho pasa algo muy similar: ha ganado casi todo pero no hay mucha gente que admire la forma en que juegan sus equipos; menos aún que la respeten. ¿Quién extraña al Inter de Milán que ganó la Champions el año pasado? Absolutamente nadie.

Se extraña, y mucho eso sí, al Real Madrid espectacular de la época de Vicente del Bosque. O ya de perdida a los de Fabio Capello y Pellegrini. Porque del Real Madrid de ahora, ese que ha intentado doblegar al mejor equipo del mundo con un juego timorato diseñado para no recibir gol y buscar anotar a base de pelotazos, no se quiere acordar nadie. Cosa que sí sucederá con éste Barcelona dentro de 5, 20 ó 50 años. Incluso aunque no consiguiera ganar la Champions.

Otra cosa que podemos dar por hecho es que Mourinho seguirá cosechando títulos con equipos grandes hasta convertirse en el entrenador más exitoso... en la era de Guardiola.

miércoles, 13 de abril de 2011

lunes, 28 de marzo de 2011

como queriendo revivir...(el blog)


Unos 'barrabravas' del club colombiano Cúcuta Deportivo burlaron la seguridad del estadio de esa ciudad e ingresaron un ataúd con el cadáver de un hincha del equipo, asesinado el sábado por sicarios, mientras se disputaba un partido del torneo profesional, informó el lunes la Policía.

"Lamentablemente, el domingo se presentó este incidente en el que una barrabrava logró burlar la seguridad del estadio General Santander e ingresó el ataúd con el cadáver del joven Cristopher Jácome, de 17 años, quien fue asesinado la noche anterior", dijo el coronel Álvaro Pico, de la Policía local.

Según el oficial, integrantes de la barra El Indio, a la que pertenecía el joven asesinado, llegaron el domingo hasta su casa, donde era velado y, al parecer en estado de embriaguez y con la autorización de la familia, decidieron llevarse el féretro hasta las inmediaciones del estadio.

"Fue un verdadero gol el que estos jóvenes nos metieron a las autoridades de la ciudad, pues no sólo ingresaron un muerto al estadio durante la presentación de un evento deportivo sino que los mismos integrantes de estas barras tenían prohibida su entrada por indisciplina", concluyó Pico.

Según la Policía, Jácome fue baleado la noche del sábado por sicarios mientras disputaba un partido informal de futbol en un parque de la ciudadela La Libertad, una barriada pobre del sur de Cúcuta (580 km al noreste de Bogotá).

Cúcuta Deportivo empató 1-1 frente a Envigado en el desarrollo de la octava fecha del Torneo Apertura 2011 del futbol profesional colombiano, disputada este fin de semana

miércoles, 26 de enero de 2011

Entre metrosexualidad y mariconerías



Por Félix Fernández

Recuerdo, cuando la metrosexualidad comenzaba a invadir el futbol profesional, ser parte de un plantel en el que el vestidor se confundía con un camerino antes de los partidos: 4 o 5 jugadores dedicando tiempo a su embellecimiento previo a las cámaras; uno colocándose lentes de contacto de color, otro rizándose el pelo, uno más perfumándose, el resto acomodando las cintas del cabello o las pulseritas con mucha precisión. Quizá lo único que faltaba en ese momento eran los focos alrededor del espejo, cuando quizá lo indicado sería realizar estiramientos, repasar movimientos y generar adrenalina con el olor a sudor y presión que se desprende en esos instantes... ¿Mariconerías?

Lo cierto es que nuestro entorno social y nuestra vanidad se van incrementando de tal forma que ya no nos basta lo que antes nos era suficiente. Un día comenzamos a desarrollar obsesiones y mañas, que pronto se convierten en mariconerías.

Entre la infancia y la adolescencia cultivamos amistades tan fuertes que influyen en nosotros de manera sólida, al menos hasta que otras circunstancias les desplazan: así aprendimos a vestirnos sencillo, a peinarnos con las manos, a viajar en transporte colectivo, ligeros de equipaje, a escuchar rock and roll y a divertirnos sin dinero. De la misma forma empezamos a jugar futbol con un solo par de zapatos, sin bañarnos después, a lavar nuestros uniformes, a enrollar nuestras vendas y a cambiarnos a un costado de la cancha, sin vestidor. En ese entonces las mariconerías no cabían, aunque ya se encontraban en la etapa del deseo.

José Bleger, en "Psicología de la conducta", establece 3 "series complementarias" de causas que no actúan independientemente, lo que actúa es la resultante de su interacción. La primera se da por factores hereditarios y congénitos; la segunda por las experiencias infantiles. La tercera por factores desencadenantes o actuales. En otro texto Bleger se refiere a una cuarta serie que se relaciona con las expectativas sobre lo que cada persona quiere llegar a ser o a hacer. Estas "series complementarias" están presentes en toda conducta.

Poco tiempo después la metrosexualidad en el futbol estableció que era necesario quitarse el vello del cuerpo, para lo que algunos vestidores contaban con una rasuradora común; conducta (¿o mariconería?) con la que todo jugador debió estar de acuerdo y convencerse.

Metrosexualidad o mariconerías, no importa, lo cierto es que los patrones de conducta, en teoría, pretenden distinguir a cada uno de inicio, o al menos esa es la intención; pero terminan por camuflar e igualar en las costumbres y modas a esta determinada población que se llama: futbolistas.




lunes, 20 de diciembre de 2010

El bostezo de los hipopótamos



Por Juan Villoro

escritor - Premio de Periodismo Rey de España 2010




Cada cuatro años, futbolistas de plástico salen en forma coleccionable de las cajas de cereal y la televisión se llena de semidioses que anuncian desodorante. El consumo se disfraza de épica y las tribus aguardan goles redentores.

El gran futbol ocurre en la Champions, máxima reserva de la calidad y el temple competitivo. El Mundial es otra cosa: la versión geopolítica del anhelo, la oportunidad de sentir que todos estamos ahí. Su mayor virtud es que ocurre cada cuatro años, tiempo suficiente para que la esperanza sea más atractiva que la realidad.

Sudáfrica prometía mucho: la Copa se disputaba en el continente del origen, del que depende el futuro del futbol. Pero sólo Ghana protagonizó juegos de alto dramatismo.

La fiesta fue notable en lo que toca al estruendo de las vuvuzelas, pero faltaron partidos con volteretas, goles de embrujo, figuras decisivas, asombros de último minuto. El trofeo al mejor jugador se lo llevó Diego Forlán, quien chutó con calibrada puntería en nombre de Uruguay, esforzado cuarto lugar. Por culpa de Holanda, la final fue una versión campestre de El Club de la Pelea y el campeón brilló menos de lo que merecía.

El Mundial 2010 provocó un safari televisivo de etnias y jirafas. En los estadios la cacería fue menos vistosa. La afición bostezó más que los hipopótamos. Pocas jugadas se recordarán tanto como el waka-waka de Shakira.



Con excepción de Italia '90 y Estados Unidos '94, ningún Mundial había sido peor. Tampoco se puede decir mucho de los Mundiales de 2002 y 2006.

Y pese a todo, el público no deja de aportar penachos, máscaras y maquillajes. El Mundial es, ante todo, un gran pretexto para disfrazarse en las tribunas.

Algunos estrategas perjudicaron a sus equipos. Dunga militarizó la samba y Maradona entrenó con besos y abrazos. Brasil y Argentina podían dar más.

Pero la principal responsabilidad de los desfiguros es de la FIFA, reguladora del comercio de pies. En alianza con Adidas, lanzó el balón jabulani. Nunca una esfera ha sido tan esquiva. Aunque Forlán logró domar al bicho, la mayoría se sintió ante una pelota de circo, más apta para una foca que para un tiro al ángulo. El jabulani fue como el Santo Grial, la fórmula de la Coca-Cola o la flor azul de los románticos. No se sabía qué era más peligroso: perseguirlo o encontrarlo.

El arbitraje no pudo ser peor. La pifia máxima ocurrió en el Alemania-Inglaterra. El árbitro se negó a convalidar un golazo que significaba la resurrección inglesa. Para verlo no se necesitaba otra tecnología que tener un ojo medianamente abierto.

Hubo tantos errores arbitrales que los comentaristas volvieron a solicitar que un robot se ocupe del alma humana. Una de las razones por las que el futbol pone nerviosa a tanta gente es que el árbitro puede equivocarse. Por desgracia, en Sudáfrica los silbantes fueron profesionales del error. La FIFA no supo escoger a jueces capaces de errar sin que eso fuera inhumano.

Joseph Blatter tiene el puesto con mayor consenso en el planeta. A ningún jerarca se le obedece tanto. Para garantizar su dominación global, permite que demasiados equipos lleguen a la competencia.

No hay 32 selecciones que valgan la pena. Su razón de estar ahí son las ganancias televisivas. El Mundial dura demasiado, ofrece partidos sin interés y permite que un crack se fracture ante un equipo que no distingue los tobillos de las piedras. Para cuartos de final, los sobrevivientes tienen estrés postraumático.

El trepidante comercial de Nike, "Escribe el futuro", anunció lances de delirio que no llegaron a la canchas. Es una lástima que Drogba, Rivery, Rooney, Cristiano Ronaldo y Cannavaro hayan jugado como si anunciaran zapatos.

¿Qué vuelve inolvidable a un Mundial? El apasionado triunfo del país sede (Uruguay'30, Inglaterra'66, Alemania'74, Argentina'78, Francia'98); la consolidación de un equipo fuera de serie y un astro que lo comanda (el Brasil de Pelé en México'70, la Holanda de Cruyff, subcampeona en Alemania'74, la Argentina de Maradona en México' 86); el triunfo de David sobre Goliat (Uruguay ante el equipo local en Brasil'50, Alemania venciendo a Hungría en Suiza'54); los partidos de ida y vuelta (España'82 es un museo al respecto). Nada de esto pasó en Sudáfrica.

España triunfó con mérito, pero no fue la arrolladora selección que vimos en la Eurocopa 2008; perdió con Suiza, tuvo a su disposición dos penales y falló ambos, ganó cada juego por la mínima diferencia, no participó en ninguna goliza ni en una remontada.

En lo que toca a México, nos quedamos por quinta vez en el cuarto partido, algo que no es genial ni trágico sino mediocre. El Chicharito Hernández demostró que el futuro tiene nombre, pero Javier Aguirre apostó por el pasado.

El primer trasplante de corazón se realizó en Sudáfrica. Tal vez por eso el futbol salió de ahí con necesidad de un bypass.

Pero nada vuelve tan fácil como la ilusión. Todo lo que he dicho se anula con una palabra: "Brasil". Ahí se jugará el Mundial 2014.

La magia tiene permiso.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El lenguaje de los graderíos



Por MARTÍN GIRARD

En su libro El fútbol sin ley, el escritor y periodista García Candau afirma que un lenguaje deportivo, para ser auténtico, ha de ser fundamentalmente popular y cualquier escritor que se precie tendrá que recoger el de los graderíos para interpretar sociológicamente a espectadores y lectores. Puede que así sea. Aunque, por fortuna, su libro no corrobore el aserto y el lenguaje de sus crónicas y reflexiones no recoja, según preconiza, la jerga de los graderíos.

Candau es un ejemplo más de los excelentes escritores que ha dado la literatura deportiva. Me gusta la inteligencia cuando emana de la página escrita o despliega sus alas sobre el terreno de juego, pero todavía no he vislumbrado ningún destello de lucidez en las gradas de un estadio. Claro que la inteligencia se manifiesta, a veces, en los lugares más insospechados. Como la poesía que vuela libre fuera de la jaula del poema y se posa donde menos se la espera. Por ejemplo, en una localidad leridana donde, el pasado día 9, cinco jugadores del equipo visitante acabaron en el hospital. Con desgarro genital, fractura de tabique nasal, golpe en la cadera, contusión abdominal y conmoción cerebral, respectivamente. Sociológica consecuencia del popular lenguaje de los graderíos que yo experimenté cuarenta y tantos años atrás, casualmente en la misma localidad leridana de cuyo nombre prefiero no acordarme. En aquella ocasión, compartía banquillo con Marcel Domingo, entrenador del Vilanova i La Geltrú. Apenas comenzar el encuentro y bajo los auspicios de su público, los jugadores se olvidaron del balón para acordarse de las madres y de los tobillos del equipo contrario. Para colmo, el Vilanova cometió la insensatez de marcar un gol y el árbitro la fechoría de no anularlo. Cuando, interrumpido el encuentro, trató de ganar la caseta del vestuario, acabó hecho un cristo. Si una piedra le rompía la ceja, otra le partía el labio y era un alivio ver estrellarse alguna que otra en su esternón. Para preservar los acharolados tricornios, la pareja de la Guardia Civil que lo escoltaba se mantuvo cautelosa a prudente distancia y, en lo que a mí concierne, intenté pasar inadvertido y acceder al bungaló de tablas y techo de chapa donde los jugadores forasteros habían conseguido guarnecerse a la desbandada. Cuando disimuladamente estaba a punto de conseguirlo, sorprendí a un energúmeno que se disponía a introducir un cajón repleto de botellas vacías por un ventanuco de la parte trasera con la obvia intención de que cayera sobre la cabeza de algún jugador. Emitiendo un alarido disuasorio, me interpuse y evité la tragedia. Pero estuve a punto de provocar otra. La mía. Una enfurecida cohorte de forofos, lustrosos y encorbatados, me rodearon con puños alzados y espumarajos en las fauces.

El lenguaje de los graderíos alcanzó su máximo esplendor cuando un tratante de ganado o alcalde en funciones, esgrimiendo una estaca a modo de batuta, profirió una sarta de procacidades cuyo mayor acicate era que yo saliera de allí como, casi medio siglo después, saldrían los jugadores del Espanyol B. En ambulancia. De pronto, a veces pasa, experimenté esa serenidad que sobreviene cuando el avión cae en picado y te has dejado en casa el paracaídas. Les dije que había ido allí para escribir un reportaje sobre la violencia en el fútbol de Tercera y que, si me tocaban, mi reportaje tendría un adecuado final. Rechinaron los dientes, supuse que esa era su manera de pensar, y el de la estaca me ordenó iracundo: "¡Lárguese!". No me lo hice repetir dos veces y, todavía no sé cómo, me esfumé. Antes de dejar los vestuarios, entre pedradas e improperios, para llegar al autobús, Marcel Domingo arrancó preventivamente un lavabo y se lo puso a modo de casco protector. Me situé tras él sin resuello y al rebufo.

No era esa la primera vez que sufría las consecuencias del lenguaje de los graderíos. Anteriormente, en mi periplo por los estadios italianos, había tenido ocasión de comprobar que el susodicho lenguaje sobrepasa las fronteras idiomáticas para recuperar el gruñido ancestral. Pero, ironías aparte, la poesía que no encuentro en las gradas, ni en sus efectos colaterales, se da con creces en el césped cuando, elevando el fútbol a la categoría de lo sublime, juega el Barça de Guardiola.