A los enemigos del fútbol :

Hay un tipo de antifutbolero, muy extendido, que hace de su militancia contra el fútbol el argumento máximo para defender su SUPUESTA inteligencia.

lunes, 12 de octubre de 2009

Ecos de América del Sur


El buen Joan me mandó esta columna escrita por un uruguayo , copio y pego :


¿Celeste o Albiceleste?



Al fin un poco de sentimiento auténtico en las eliminatorias para el Mundial y no una historia repetida, donde siempre clasifican los mismos, nunca hay lugar para las sorpresas y por eso hay que calentar los partidos con tapabocas, con el honor, con el significado de silbar el himno cuando ya se sabe cómo termina el final de la obra. ¿A alguien le suena familiar lo que digo? Al fin un poco de emoción para este sudaca.

Los uruguayos ya nos acostumbramos a este sufrimiento de cada eliminatoria, Sentir que en caso de clasificarnos siempre lo vamos a hacer arañando el repechaje, de manera trágica y dramática, no es nada nuevo. Hace años que lo vivimos así y la verdad que a pesar de todo volvemos a creer, nos agrandamos con los dos títulos mundiales llenos de telarañas y confiamos ooootra vez en la celeste.

Este clásico de Argentina – Uruguay se puede decir que es uno de los más viejos de la historia (como lo es Inglaterra – Escocia en Europa) porque los dos países disputaron la primera Copa del Mundo. Lo cierto es que a los clásicos también los definen otras cosas a veces no tan objetivas. El clásico Inglaterra – Argentina luego de la Guerra de las Malvinas se convirtió en un partido con tintes políticos y hasta Dios se vio involucrado en el resultado de esos juegos.

No es necesario citar las rivalidades históricas de Uruguay y Argentina para entender el significado de este partido, la final legendaria de 1930, ni el choque por los octavos de final del México 86. No hay que citar los rencores personales, el complejo de ser el país chico, decirles a los argentinos que Gardel es uruguayo, que no tienen playas y que veranean en las nuestras, que somos diferentes a ellos, más discretos y pensantes, que les dimos a Francéscoli en River, al Manteca Martínez en Boca, a varios humoristas, a Natalia Oreiro y últimamente a los culos más llenos de siliconas que salen en sus pantallas de tv. Tampoco vale para los argentinos decirnos en la cara que dependemos de ellos, que si no van a nuestras playas nos morimos de hambre, que les dan de comer a los talentos que salen de Uruguay, que somos una provincia de Argentina, miramos su televisión, que los copiamos hasta en la bandera.

Un amigo mexicano un día me dijo algo que me dejó sin palabras: "cabrón, si Gardel es uruguayo… ¿por qué compuso una canción que se llama Mi Buenos Aires Querido y no Mi Montevideo Querido?", me mató con el argumento. Todo esto hay que dejarlo para el momento de calentura en la tribuna, cuando uno no piensa lo que dice y grita: "hijos nuestros", "no existís Uruguay", "uruguayos muertos de hambre", "porteño puto", "Maradona dejá la droga", o silbar el himno del país contrario (en la tribuna todo vale).

Luego de vivir varios años fuera de mi país me di cuenta que argentinos y uruguayos somos más parecidos de lo que nos gustaría. Creo que no conozco países que sean tan iguales en sus personas, compartiendo los mismos códigos en el humor, en la manera de expresar los sentimientos, con un pasado histórico en común y la misma sangre. Sólo en estos casos salen las diferencias y el río que divide a ambos países se convierte en un océano inmenso.

Sin embargo, el mundo sabe que la celeste no es lo mismo que la albiceleste.
Bienvenida estas diferencias de sólo un color en la camiseta, de tamaños, de historia, de fútbol, de jugadores, de presupuestos, de dioses, de luces, de cobertura en la TV, de hinchadas, de dinero, de negocio, de estilo, de franjas en la bandera.

Cuando se dan estos partidos hay que decir una frase mexicana que aplica como ninguna otra: ¡qué bonito es el fútbol!

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