Por Eric González
El otro día tomé una cerveza en un bar de Jerusalén con dos tipos interesantes. Lo que sigue a continuación procede de esa charla de bar, por lo que resulta extremadamente subjetivo. Tras esta advertencia, proseguimos.
Los dos tipos resultaron amantes de las emociones fuertes. Primero, por su profesión: empresarios de prensa. Segundo, por su afición: el fútbol internacional. Hay millones de aficionados al fútbol, cierto, pero no muchos como esos dos. Lo suyo consiste en asistir a grandes partidos por todo el mundo. Han llegado a tal nivel que incluso consideran la posibilidad de adherirse a un selectísimo club alemán que sólo admite como socios a quienes ven (desde la tribuna, insisto, no por televisión) un mínimo de 150 partidos anuales de nivel internacional. Se hacen una idea, ¿no?
Quede claro que los dos sujetos no son precisamente pusilánimes: ambos viajan con pasaporte israelí y no se privan de ver partidos en países árabes.
Charlamos sobre derbis y clásicos. Eran expertos en todos ellos. Los Barcelona-Madrid o Madrid-Barcelona, que en España siempre son el partido del milenio, les parecían muy atractivos desde el punto de vista del juego, pero ambientalmente sosos. ¿Y Milan-Inter? Poco fútbol y ambiente seco. ¿Roma-Lazio? Más bronca que otra cosa. Ambos coincidían en que para vivir un ambientazo en Europa había que acudir a los grandes partidos en Grecia, como el Olympiakos-Panathinaikos, o en Turquía, como el Fenerbahce-Galatasaray, aunque admitían que los Liverpool-Manchester United y Ajax-Feyenoord solían ser “bastante intensos”.
Di por supuesto que para ellos, como para mucha gente, lo máximo sería un Boca Juniors-River Plate. Que nadie se moleste por su respuesta: “Hasta hace unos diez años, el gran derbi de Buenos Aires era estupendo; últimamente van muchos turistas y ya no es lo mismo”. En cuanto a autenticidad y furor, dijeron preferir el derbi de Rosario, Central-Newells.
Entonces, de una forma casi confidencial, me informaron de su partido preferido, el que les dejaba afónicos, agotados, emocionalmente exhaustos y felices: el gran clásico de México, o sea, América-Chivas.
Me he acordado de eso viendo el Sudáfrica-México con el que acaba de inaugurarse el Mundial-2010. Qué lástima de selección mexicana. Qué juego anémico. Qué poco equipo para un país tan futbolero.
El otro día tomé una cerveza en un bar de Jerusalén con dos tipos interesantes. Lo que sigue a continuación procede de esa charla de bar, por lo que resulta extremadamente subjetivo. Tras esta advertencia, proseguimos.
Los dos tipos resultaron amantes de las emociones fuertes. Primero, por su profesión: empresarios de prensa. Segundo, por su afición: el fútbol internacional. Hay millones de aficionados al fútbol, cierto, pero no muchos como esos dos. Lo suyo consiste en asistir a grandes partidos por todo el mundo. Han llegado a tal nivel que incluso consideran la posibilidad de adherirse a un selectísimo club alemán que sólo admite como socios a quienes ven (desde la tribuna, insisto, no por televisión) un mínimo de 150 partidos anuales de nivel internacional. Se hacen una idea, ¿no?
Quede claro que los dos sujetos no son precisamente pusilánimes: ambos viajan con pasaporte israelí y no se privan de ver partidos en países árabes.
Charlamos sobre derbis y clásicos. Eran expertos en todos ellos. Los Barcelona-Madrid o Madrid-Barcelona, que en España siempre son el partido del milenio, les parecían muy atractivos desde el punto de vista del juego, pero ambientalmente sosos. ¿Y Milan-Inter? Poco fútbol y ambiente seco. ¿Roma-Lazio? Más bronca que otra cosa. Ambos coincidían en que para vivir un ambientazo en Europa había que acudir a los grandes partidos en Grecia, como el Olympiakos-Panathinaikos, o en Turquía, como el Fenerbahce-Galatasaray, aunque admitían que los Liverpool-Manchester United y Ajax-Feyenoord solían ser “bastante intensos”.
Di por supuesto que para ellos, como para mucha gente, lo máximo sería un Boca Juniors-River Plate. Que nadie se moleste por su respuesta: “Hasta hace unos diez años, el gran derbi de Buenos Aires era estupendo; últimamente van muchos turistas y ya no es lo mismo”. En cuanto a autenticidad y furor, dijeron preferir el derbi de Rosario, Central-Newells.
Entonces, de una forma casi confidencial, me informaron de su partido preferido, el que les dejaba afónicos, agotados, emocionalmente exhaustos y felices: el gran clásico de México, o sea, América-Chivas.
Me he acordado de eso viendo el Sudáfrica-México con el que acaba de inaugurarse el Mundial-2010. Qué lástima de selección mexicana. Qué juego anémico. Qué poco equipo para un país tan futbolero.
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