Columna escrita por el comentarista de ESPN Barak Fever hace 4 años.
Sin lana, tristes y borrachos. El sueño mexicano se acabó en Leipzig Johannesburgo, pero no este sábado domingo como todos creen, sino desde el 9 4 de diciembre del año pasado, cuando el sorteo deparó el choque de octavos contra un sobreviviente del grupo de la muerte Argentina.
Cierto que cualquiera pudo ganar ese partido… pero lo perdió México. Sí: estamos para pelearle de tú a tú al que sea… pero el que sea también está para pelearnos de tú a tú. Morimos con la cara al sol… pero morimos.
Ahora toca soplarle otra vez al globo verde. De inmediato nos dicen que la prensa internacional, como si no encontrara en qué gastar papel, no hace más que lamentar lo injusta que fue la eliminación de México; pronto nos ilusionarán con la llegada de un nuevo proyecto, y al cabo de cuatro años, estaremos otra vez para jugar el quinto partido del Mundial, como mínimo.
Sería bueno que dejáramos de una vez de buscarle chichis a las hormigas: Argentina venció a México porque tiene mejores futbolistas, que juegan en mejores clubes. Así ha sido siempre, así es ahora y así seguirá siendo mientras el grueso de nuestros seleccionados jueguen en equipos de una liga tan mediocre como la mexicana o calienten bancas en Europa.
Los cambios que se guardó Mejía Barón contra Bulgaria, el enroque Lara – Claudio contra Alemania, el homenaje a García Aspe contra Estados Unidos, el golazo de Maxi contra Argentina, y ahora el fuera de lugar de Tévez… Ya es tiempo de madurar y aceptar el lugar que nos corresponde en el planeta Futbol: los octavos de final.
Estoy seguro de que algún día saborearemos la efímera gloria de llegar a cuartos, y puede ser que hasta a semifinales; pero también sé que pronto volveremos a nuestro papel, como búlgaros, suecos, croatas, turcos o coreanos… mientras nuestro futbol siga funcionando como una empresa obsesionada en hacer dinero en lugar de fomentar lo que debería ser prioritario para cualquier federación balompédica: generar una mayor cantidad de buenos futbolistas.
Y aunque no podemos sentirnos orgullosos, tampoco existen motivos para avergonzarnos. Simplemente es cuestión de digerirlo: No somos cabeza de serie. No estamos para semifinales. Jamás ganaremos un Mundial.
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