Por Jairo Martínez
El fútbol tiene vida propia, se resguarda a sí mismo, se regula caprichosamente. Karma, destino, justicia divina, llámenlo como quieran, pero la pelota siempre premia y castiga, nunca avisa cuándo, pero termina haciéndolo, tarde o temprano.
Ya se habrán dado cuenta que me refiero al no-gol de Lampard, que revivió una antigua historia encerrada por las tribunas del viejo Wembley, cuando a Geoff Hurst le concedieron un gol que nunca fue del todo claro.
Sí, ya sé, algunos dirán que más que el fútbol o el balón, quien impartió injusticia fue el uruguayo Larrionda, así como hace 44 años lo hizo el suizo Gottfried Dienst.
De cualquier manera, comprobamos que este juego mantiene ese toque mágico, esa suerte de destino indescifrable que nos sigue regalando historias fascinantes. Después nadie niega la superioridad alemana y hasta el baile en que terminó el partido, pero eso pudo haber cambiado, quizá, si este lunático instante no hubiera ocurrido.
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