"En el infierno todo es diferente
Susurran las hojas quemadas de los árboles
La casa de los muertos se olvida de las horas
El timbre de la puerta despide ráfagas de fuego
La colina esta colmada de cuerpos indecentes
La habilidad se consuela con un salmo sin memoria
Niños salen de la hoguera devolviendo la esperanza
El amor habita el calor en manos arrugadas
Y yo me asomo desde una roca, amiga del sol,
A ver el triste cosquilleo de una muerte mal vivida."
El infierno se había convertido, de un tiempo a esta parte, en un verdadero infierno. Todo comenzó en el momento en que en la Tierra se inventó eso que los humanos llaman “fútbol”. Durante los cinco mil primeros años de existencia del averno, las almas pecadoras que en él caían olvidaban pronto, a fuerza de tormentos, las pasiones que en vida les ocuparon. Pero, desde hacía un siglo, cada vez llegaba al Hades un mayor número de seres que se resistían a olvidar, incluso bajo las más terribles torturas, la que fue su gran pasión terrenal: el fútbol.
Satanás aguantó lo que pudo, pero finalmente hubo de tomar una determinación, ya que a él mismo, acostumbrado al sonido del llanto más desgarrador, se le hacían insoportables los lamentos, súplicas y chillidos que, desde hacía cien años, gobernaban el infierno cada domingo. Por ello, a pesar de su propia voluntad, accedió a dar dos horas de descanso a las almas impenitentes, cada domingo, para que durante las mismas pudieran ver un partido.
Fue su perdición. Pronto la cosa se le fue de las manos.
Resultó que los pecadores no se conformaban con ver simplemente un partido a la semana. Cada uno de ellos tenía su propio equipo, y protestaba cuando emitían algún partido del rival, aún más enérgicamente que cuando no había concesión ninguna. Tras unos meses en los que los que los altercados se sucedieron, Lucifer cedió de nuevo. A petición suya, varios diablos pasaron semanas instalando cientos de pantallas de televisión para poder dar cobertura a los miles de partidos diferentes que los pecadores exigían ver. Con esta medida, El Maligno esperaba poder descansar por fin los domingos, tal y como hacía su antónimo allí en el Cielo. Pero fue en vano. Tan pronto como los pecadores pudieron disfrutar del partido de los domingos de sus equipos, las reivindicaciones crecieron. Un día algunos exigían poder tener radios. “Nada puede sustituir las retransmisiones radiofónicas”, decían. Otro, se armó un enorme revuelo porque había comenzado la Copa de Europa. La sesión de los domingos, hubo de hacerse extensiva a los martes y los miércoles. Después, resultó que nada era el fútbol sin el café de los lunes, en el que se comentaban los lances de cada partido. El infierno, entonces, se vio inundado de cafeterías en las que las almas en pena, en lugar de pagar sus pecados, comentaban alegremente la victoria del día anterior, el magnífico gol del delantero brasileño y, las más de las veces, discutían sobre si fue o no penalti. Pronto, además, comenzaron a surgir pequeñas ligas en el averno. Los pecadores se agruparon en equipos, exigieron uniformes –ignífugos-, balones y porterías. A esa misma reivindicación se sumaron, inmediatamente, otros habitantes del infierno, como demonios –cuyo equipo se llamaría “Los diablos rojos”-, espectros, monstruos, ángeles negros y demás. Se crearon estadios, peñas de seguidores. Árbitros no faltaron, resultó que había cientos de ellos que pagaban eternamente por sus pecados. De la nada, surgieron también representantes que ofrecían jugadores a bajo precio, debates organizados, periódicos deportivos e incluso selecciones regionales. En ellas, los judíos representaban al Gehena, los griegos al Hades, los hinduistas tenían nada menos que veintiuna selecciones, dependiendo del pecado por el que cada uno de los jugadores había terminado pagando. Pronto todo quedó organizado y se disputaría el primer Mundial Infernal de Selecciones.
Muy bueno.
ResponderEliminar666
ResponderEliminar