lunes, 26 de julio de 2010
El jugador de fútbol
Jugar al fútbol y que te den dinero por ello está muy cerca de ser el sueño perfecto para la mayoría de la población masculina a nivel mundial. En las oficinas, cuando un empleado se siente atrapado entre cuatro paredes, no hay mejor solución que la de tomar cualquier cosa que pueda ser pateada y cerrar los ojos unos cuantos segundos para sentir que se está sobre una cancha de fútbol, pasando a segundo plano si el escenario es un campo de verde pasto o un auténtico lodazal.
El timbre que anuncia el receso en las escuelas primarias y secundarias no es sino la primera llamada para el enfrentamiento próximo a iniciar. Los parques públicos aún sin tener un calendario en toda forma saben que en la naturaleza del ser humano se encuentra el utilizar las horas supuestamente destinadas a la comida para disputar un cotejo apasionante y en el que los más desfavorecidos se olvidan de sus penas para volar como el más grande de los arqueros o para driblar al más puro estilo del más renombrado de los jugadores brasileños del momento. Pasar largos minutos pegado a ese mágico objeto redondo, patearlo y dejarte llevar por su seductora esencia es la ilusión de cualquiera, todavía más cuando recibes ingresos por ello.
Se dice que una cantidad considerable de quienes vamos a un estadio lo hacemos por el deseo de entregar, al menos por 90 minutos, nuestra responsabilidad de librar una batalla diaria en el talento y debilidades de once seres humanos. Quizás sin entenderlo del todo, cada futbolista carga sobre sus espaldas con la esperanza de cada uno de los seguidores que asistió a apoyarlo, además de las de otros tantos millones que siguen las incidencias de un cotejo a través de los diversos medios de comunicación. Y eso, permitir que otro hiciera maravillas con la pelota, es lo que yo permití hace algunos años, en los que me decidí a estar muy al pendiente de las andanzas de un jugador que se salía de la norma, que amaba al deporte más popular del planeta por encima de cualquier cosa.
El silbatazo inicial
Cuando menos me lo esperaba, y pensando que ya lo había visto todo en materia de fútbol, me topé con Juan Ramírez Bustos, hombre de baja estatura, de personalidad agradable para sus seguidores y con un talento natural para establecer un romance con la pelota. Ahí estaba él, sobre la cancha, dominando la redonda y disfrutando cada instante en el que el balón se convertía en una extensión de su cuerpo. Los ojos de nosotros, los aficionados, se negaban a parpadear con tal de no perdemos un solo detalle de lo que ocurría frente a nosotros.
Para abajo, para arriba; hacia la izquierda, hacia la derecha, de nuevo para arriba... y se viene el remate espectacular, la chilena letal con una dirección precisamente calculada para que el balón no vaya más allá de las peculiares redes. Incluso si quienes lo vimos hubiéramos tenido papel y pluma a la mano, nos hubiera costado trabajo diagramar cada uno de los movimientos realizados por uno de esos jugadores que en cuestión de segundos te atrapa para siempre y te obliga a volver al campo de juego.
La curiosidad hizo que, por separado, cada uno de los que observábamos su accionar investigáramos aún más detalles sobre él, pues hasta antes del partido que libró frente a nuestros ojos no había hecho absolutamente nada, ni siquiera existía en la inmensa masa de habitantes de la Ciudad de México.
Minuto 45
Días más tarde, aprovechando que gozaba de un tiempo libre, volví para disfrutar del espectáculo. No sabía si lo encontraría, pues es natural el temor a que una experiencia se convierta en rutina a partir de la segunda ocasión. Pero no fue así: disfruté, de nueva cuenta, sus malabares con la pelota y volví a desear sentirme tan libre como ese individuo al que le bastaba el talento con las piernas para ganarse la vida en las transitadas y contaminadas calles del Distrito Federal.
Ahí estaba él, con la de gajos en los pies y con un cronómetro incrustado en el cerebro para saber con exactitud cuándo debía comenzar su número artístico-deportivo y cuándo finalizarlo con el remate espectacular que llevaría el balón justo a la caja o a la cubeta que él utilizaba como destino final para un balón que ya no sufría al estar en las redes ficticias; prefería aguardar con paciencia a que el semáforo volviera a ponerse en rojo y así reanudar la acción.
De tanto pensar en el talento futbolístico de ese singular jugador, no atiné a darle la moneda que consideraba merecida para su talento. Bueno... en realidad la que podía darle, porque si tuviera que ver con auténticos merecimientos habría cambiado la recompensa de diez pesos por un billete de alto valor.
Curioso que de un día para otro me gustara ver el alto en el semáforo. Y varios más pensaban como yo, pues aunque no lo dijeran expresamente, la velocidad de los automóviles que conocían el espectáculo casi gratuito que estaban por ver disminuía radicalmente en esa cuadra en la que se mezclaba el amor por los deportes y la nostalgia de saber que grandes talentos deportivos se pierden entre la pobreza y la desigualdad que a diario azota a nuestro país.
Minuto 80
Confieso que nunca antes me había inquietado la idea de establecer una relación más estrecha con limosneros. La sociedad y el entorno nos enseñan a desconfiar de ellos, a pensar que son personas irresponsables que prefieren abrir la palma de la mano para exigir lo que ellos no son capaces de generar con su trabajo. Pero de muy poco me importaron los paradigmas y decidí entablar una conversación con Juan Ramírez. En esa primera plática, en la que él se mostraba algo apurado por seguir visitando a los automovilistas antes de que apareciera la señal de siga en el semáforo, fue como supe su nombre.
En los días siguientes, busqué cualquier pretexto para pasar por esa calle, ubicada al Sur de la mal llamada "Ciudad de la Esperanza". Estoy seguro que ustedes, como yo, saben que dominar la pelota no siempre es garantía de ser un jugador práctico y útil para los principios colectivos, por lo que no aguanté las ganas de preguntarle si jugaba partidos en algún lado. Y sí: lo hacía una o dos veces por semana, al igual que los futbolistas profesionales. Le pregunté dónde y así fue como supe cuál iba a ser mi lugar de destino el siguiente domingo por la mañana.
Llegué al lugar de la cita no pactada y noté, a golpe de vista, que no era el único que estaba siguiendo sus pasos. Un grupo nutrido de cerca de 50 personas se encontraba alrededor de la cancha de tierra en la que estaba por escenificarse una nueva batalla. Miré hacia uno y otro lado hasta encontrar a Juan Ramírez, quien había dejado de lado sus pantalones rotos y sus tenis polvorientos, para colocarse un uniforme blanquiazul de marca desconocida, más adelante sabría que esa indumentaria correspondía a los Coyotes, y unos tachones de fútbol que se veían desgastados y, casi con seguridad, malolientes.
Ya el tablero y sus piezas estaban dispuestos para que se produjera el pitido inicial. Los Coyotes y las Panteras se medían en un torneo que nunca pensé que llegaría a importarme; es más, hasta antes de toparme con Juan Ramírez ni siquiera contemplé la posibilidad de saber el nombre de una competencia destinada a perderse en el anonimato, tal como sucede con la gran cantidad de justas que no cuentan con una cobertura mediática.
A la distancia, escuché el sonido emitido por el silbato del árbitro para dar inicio a las hostilidades. Lo que a continuación presencié me dejó extasiado y con ganas de entrar al terreno de juego para ser uno más de los actores secundarios que engalanaban la enorme capacidad de esa persona que a diario viajaba con un balón para intentar ganarse la vida y lograr que los automovilistas que pasaran por su zona de trabajo se dignaran a darle unas cuantas monedas.
Fue en el primer cuarto de hora cuando el número diez de los Coyotes tomó la pelota desde la cintura del campo, se quitó a un par de hombres y enfiló hacia la medialuna, donde sacó imponente disparo para estremecer las redes y generar los aplausos de los presentes. El equipo rival tuvo más poder de respuesta que el que yo esperaba. Diez minutos después de que se abriera el marcador, un error del arquero blanquiazul permitió que los cartones se emparejaran.
El tiempo de la primera mitad se consumía. Ramírez había estado muy activo. Lanzaba pases a profundidad con precisión milimétrica y lo mismo driblaba con la pierna derecha que con la izquierda; sin embargo, el cancerbero de las Panteras aprovechaba la poca eficacia de la delantera oponente para congelar el peligro y así perfilar que su escuadra no se fuera perdiendo al entretiempo.
Y llegó el segundo chispazo, la jugada genial. Ya con el silbante mirando su cronómetro, apareció el limosnero mencionado para tomar la pelota en tres cuartos de cancha, quebrarle la cintura a un marcador, enfilar hacia línea de fondo y mandar diagonal retrasada para que uno de sus coequiperos simplemente empujara la pelota hasta el fondo de la malgastada puerta enemiga. Hora de ir a un descanso más breve de lo acostumbrado, pues el hombre de negro advirtió con la mano a los jugadores que debían apurarse para que el otro cotejo programado empezara sin alteración alguna.
La tentación de ir a saludar a quien en cierta forma se estaba convirtiendo en mi obsesión futbolística rondó mi mente. Lo medité y decidí que era mejor esperar a que concluyera el duelo. Además, por más buen jugador que fuera, me negaba a entablar una relación estrecha o de admiración hacia alguien que pedía dinero en la calle y que, con toda seguridad, tendría cualquier cantidad de vicios.
En cuanto iniciaron los últimos cuarenta y cinco minutos, me quedó claro que la misión del equipo contrario al de Juan consistía en golpearlo hasta que dejara de tener tanta movilidad. Y lo consiguieron, pues después de un destacado regate de izquierda a derecha, el número cinco rival le realizó una fuerte plancha al tobillo derecho. Ramírez se incorporó, pero a partir de ese momento -minuto 60 de tiempo corrido- no volvió a ser el mismo, aunque permaneció en el terreno de juego ante la inexistencia de sustitutos en el banquillo. Gajes del balompié llanero...
El panorama se ensombreció aún más. A falta de cerca de diez minutos para el desenlace, las Panteras empujaron hasta conseguir el tanto que devolvía la paridad al marcador. Entretanto, el objetivo de mi visita cojeaba notablemente y tocaba muy esporádicamente la pelota.
Un tanto decepcionado por el empate, reflexionaba sobre quedarme o no para charlar con el mejor futbolista ambulante que había visto en mi vida. Y así fue, en ese preciso parpadeo mental, en el que debió empezar a gestarse la más grande demostración de talento y capacidad que me haya tocado ver en vivo. Cuando yo reaccioné, la de gajos estaba en tres cuartos de cancha por la izquierda. El ocho de los Coyotes engaño a su marcador con un pique fingido hacia el centro para de inmediato profundizar por el mismo carril y mirar con fugaz velocidad hacia el área. A primera vista, pensé que la de gajos iba hacia el rematador que se encontraba colocado por el área penal. Pero no... la pelota iba más atrasada, hacia un jugador que cojeando iba hacia ella. A continuación, Ramírez, ante lo difícil de rematar de volea, se colocó de espaldas y desafió las leyes de la gravedad al suspenderse en el aire y conectar con pierna zurda un balón que terminó incrustándose en el ángulo superior izquierdo de la meta enemiga. No hubo tiempo para más. Todos, incluido el arbitro, queríamos irnos con esa épica estampa futbolera, con esa imagen que de haber sido realizado entre equipos profesionales habría quedado guardada para siempre como una de las más hermosas en la historia del balompié.
Minuto 90
Esperé a que la gente se dispersara y a que la atención se centrara en el enfrentamiento que estaba por comenzar. Seguí con la vista a Juan Ramírez, quien solamente se había limpiado el sudor con la misma toalla con la que lo hacía en el día a día en su vida de limosnero y tomado una bolsa de plástica en la que llevaba su balón y sus tachones, de los cuales ya se había despojado para volver a sus polvorientos tenis. Le fui dando alcance de a poco hasta que él mismo disminuyó la velocidad. Lo felicité por el partido y le pregunté por qué no iba a probarse a un equipo profesional. Se limitó a esbozar una sonrisa y a apurar el paso, como si tuviera algo de prisa. Lo dejé de ir, pero después de que el diera dos o tres pasos, volví a llamarle al tiempo que, impulsado por el sentimiento natural de un aficionado que tiene a un ídolo sobre el campo de juego, sacaba los dos únicos billetes de quinientos pesos que traía en la cartera y se los ofrecía. Sus palabras me dejaron una lección de vida, de amor al arte. "Gracias, pero no se lo voy a aceptar. Yo no quiero ser profesional, no quiero ganar montones de dinero. Sólo quiero jugar y tener lo elemental para vivir. Pido cinco o diez pesos a la gente, pero nada más, porque lo demás me lo da el fútbol".
jueves, 22 de julio de 2010
...del planeta Tierra para el Universo
Fútbol cuántico
Todo comenzó con el padre, Christian Bohr. Además de destacado fisiólogo, este personaje fue uno de los pioneros del balompié en su país, y fundador del equipo de futbolistas de la Real Academia Danesa de Ciencias y Letras, de la que era miembro: fue el popular AB (por Akademiske Boldklub), que en un principio sólo podían constituir universitarios, y que fue el gran dominador de los comienzos del fútbol danés. Aún se mantiene hoy en Segunda División, con 118 años a sus espaldas.
De ideas liberales y muy preocupado porque sus hijos, genios en potencia, recibieran una educación integral, Christian Bohr siempre estimuló en ellos habilidades no directamente académicas, como los trabajos manuales y la práctica deportiva. No sabemos si por estímulo paterno o por vocación propia, la cuestión es que el joven Niels defendió durante algún tiempo la portería de los Académicos. Cuenta una historia que el motivo por el que dejó el equipo fue que, habiendo sido preguntado sobre por qué había dejado colarse un balón sencillo a priori, se vio obligado a contestar que estaba obsesionado por un problema y que se había ausentado mentalmente del partido.
Pero si Niels Bohr disfrutó un tiempo del fútbol como hobby, para su hermano pronto se convirtió en una pasión. Algo más joven, Harald era considerado desde su infancia el más brillante de los dos, y aunque no llegó a los extremos de excelencia científica de su hermano, sus contribuciones en el campo del Análisis Matemático (especialmente la compactificación que lleva su nombre y la teoría de funciones casi periódicas) le proporcionan un lugar de honor entre los matemáticos preeminentes de su época. Pero en la Universidad era un auténtico loco del fútbol, y pronto se convirtió en una de las estrellas del equipo. Sus prestaciones como defensa pronto le llevaron a la selección nacional, con la que consiguió la medalla de plata en las Olimpiadas de Londres de 1908, y de la cual se recuerda especialmente la tremebunda goleada infligida a Francia: diecisiete goles se llevaron les bleus.
Convertido en poco menos que un héroe nacional, no es extraño que cuando Harald defendió su tesis dos años después, la sala se encontrase atestada de aficionados al fútbol que no entendían ni jota de Matemáticas, pero que jalearon el cum laude concedido a su ídolo como si del más espectacular gol se tratase. Uno de los actos académicos más peculiares de la Historia.
sábado, 17 de julio de 2010
Fútbol en el infierno
"En el infierno todo es diferente
Susurran las hojas quemadas de los árboles
La casa de los muertos se olvida de las horas
El timbre de la puerta despide ráfagas de fuego
La colina esta colmada de cuerpos indecentes
La habilidad se consuela con un salmo sin memoria
Niños salen de la hoguera devolviendo la esperanza
El amor habita el calor en manos arrugadas
Y yo me asomo desde una roca, amiga del sol,
A ver el triste cosquilleo de una muerte mal vivida."
El infierno se había convertido, de un tiempo a esta parte, en un verdadero infierno. Todo comenzó en el momento en que en la Tierra se inventó eso que los humanos llaman “fútbol”. Durante los cinco mil primeros años de existencia del averno, las almas pecadoras que en él caían olvidaban pronto, a fuerza de tormentos, las pasiones que en vida les ocuparon. Pero, desde hacía un siglo, cada vez llegaba al Hades un mayor número de seres que se resistían a olvidar, incluso bajo las más terribles torturas, la que fue su gran pasión terrenal: el fútbol.
Satanás aguantó lo que pudo, pero finalmente hubo de tomar una determinación, ya que a él mismo, acostumbrado al sonido del llanto más desgarrador, se le hacían insoportables los lamentos, súplicas y chillidos que, desde hacía cien años, gobernaban el infierno cada domingo. Por ello, a pesar de su propia voluntad, accedió a dar dos horas de descanso a las almas impenitentes, cada domingo, para que durante las mismas pudieran ver un partido.
Fue su perdición. Pronto la cosa se le fue de las manos.
Resultó que los pecadores no se conformaban con ver simplemente un partido a la semana. Cada uno de ellos tenía su propio equipo, y protestaba cuando emitían algún partido del rival, aún más enérgicamente que cuando no había concesión ninguna. Tras unos meses en los que los que los altercados se sucedieron, Lucifer cedió de nuevo. A petición suya, varios diablos pasaron semanas instalando cientos de pantallas de televisión para poder dar cobertura a los miles de partidos diferentes que los pecadores exigían ver. Con esta medida, El Maligno esperaba poder descansar por fin los domingos, tal y como hacía su antónimo allí en el Cielo. Pero fue en vano. Tan pronto como los pecadores pudieron disfrutar del partido de los domingos de sus equipos, las reivindicaciones crecieron. Un día algunos exigían poder tener radios. “Nada puede sustituir las retransmisiones radiofónicas”, decían. Otro, se armó un enorme revuelo porque había comenzado la Copa de Europa. La sesión de los domingos, hubo de hacerse extensiva a los martes y los miércoles. Después, resultó que nada era el fútbol sin el café de los lunes, en el que se comentaban los lances de cada partido. El infierno, entonces, se vio inundado de cafeterías en las que las almas en pena, en lugar de pagar sus pecados, comentaban alegremente la victoria del día anterior, el magnífico gol del delantero brasileño y, las más de las veces, discutían sobre si fue o no penalti. Pronto, además, comenzaron a surgir pequeñas ligas en el averno. Los pecadores se agruparon en equipos, exigieron uniformes –ignífugos-, balones y porterías. A esa misma reivindicación se sumaron, inmediatamente, otros habitantes del infierno, como demonios –cuyo equipo se llamaría “Los diablos rojos”-, espectros, monstruos, ángeles negros y demás. Se crearon estadios, peñas de seguidores. Árbitros no faltaron, resultó que había cientos de ellos que pagaban eternamente por sus pecados. De la nada, surgieron también representantes que ofrecían jugadores a bajo precio, debates organizados, periódicos deportivos e incluso selecciones regionales. En ellas, los judíos representaban al Gehena, los griegos al Hades, los hinduistas tenían nada menos que veintiuna selecciones, dependiendo del pecado por el que cada uno de los jugadores había terminado pagando. Pronto todo quedó organizado y se disputaría el primer Mundial Infernal de Selecciones.
Diccionario del Mundial de Sudáfrica
El Mundial de Sudáfrica letra a letra. Nombres propios, significados apropiados. Un repaso a los protagonistas de una cita histórica. Añadan, libremente, sus entradas para así complementar las nuestras. G de Gracias.
A de África: Demostrando que podían organizar el evento a los cuatro idiotas que intentaron crear una campaña interesada nada más empezar el evento. Gracias por un Mundial maravilloso.
B de Brasil: Perdió la canarinha en lo inmediato, ganó a medio y largo plazo. Deben recuperar un camino hace tiempo perdido.
C de Casillas… y de Carbonero: Nos vamos a hartar de oir hablar de ellos, beso mediante. Los Capuletos y Montescos de nuestro fùtbol.
CH de Chicharito: Orgullo de la caverna parabólica y pese a todo prometedor futbolista.
D de De Jong.: No se me solivianten los puristas pero lo de España no habría sido tan épico sin la contribución de este mostrenco.
La E es por los Ecos de las vuvuzelas: Trompeta que algunos tiquismiquis llaman del infierno e imagen imborrable del Mundial que ya se fue.
F de Francia o de Follonero: Apodo con el que se conoce ya a Anelka en los vestuarios franceses.
G de Green… o mejor de Gyan: Mientras el Mundo reclamaba a Eto’o y a Drogba un ghanés estaba poniendo a África en el mapa. Todo terminó con aquel penalti y aquellas lágrimas, que son ya parte de la historia de este deporte.
H de Higuaín: Iba lanzado al estrellato, hasta que llegaron los partidos importantes. Es su sino.
I de Iniesta: Nada más que añadir.
J de Jabulani: Balón que sólo Eduardo Inda sabe manejar pero con el que, paradójicamente, ganaron los mejores.
K de Kingson: El hijo del rey hizo un mundial muy por encima de lo que de él se esperaba, excepto en los minutos de los nervios se apoderaron de él.
L es Larissa Riquelme: Nunca una persona se hizo tan famosa por las fundas de su movil.
LL de Llanto: El de Jong Tae Se, histórico momento. Los pucheritos patrióticos del delantero fueron lo mejor de Corea del Norte.
M de Müller: Buenos yogures, mejores centrocampistas.
N es por los pocos Norteamericanos: que en algún momento del campeonanto creyeron ver en este deporte algo más que una broma bárbara y transoceánica. Buena noticia.
Ñ de España: Y esa preciosa estrella que ya nadie quitará de nuestro escudo.
O de Özil: Quizá el jugador que a nivel personal sale más reforzado de este Mundial.
P de Pulpo, o de Paul: Ha dejado de ser un alimento precocinado para convertirse en un animal preconizado.
Q de Queiroz: Es guapo, es paradigmático, es dinámico, es moderno, es guay, la viva imagen de un cantante melódico… pero nos quedamos con el campechano de Del Bosque, aunque Valdano y Florentino nos aconsejen cambiarlo.
R de Ronaldo: Cristiano y su “momento mundial”: nunca un lapo fue tan repetido por las televisiones, dibujando esa parábola digna del mejor jabulani.
S de Serbia: Una de las grandes decepciones del Mundial. Y Antic sin los kleenex.
T de Traje: El de Diego Armando Maradona ¿De qué planeta viniste?
U de Deutschland Über alles: Alemania, por encima de todos. Menos de España. U también de Uruguay, recuperando la historia de un deporte del que siempre serán primeros campeones.
V de Villa: Maravilla, maravilla, maravilla.
W de Wayne: Rooney, por supuesto. Llamado a ser la estrella del Mundial, su participación fue meramente nominal. Estuvo, pero nadie le vio. ¿Quién hizo el guión del anuncio de Nike, con la caravana incluída? ¿El Pulpo?
X de Xavi y Xabi: Junto a Busquets, el mediocentro de los campeones.
Y de Yaya: Los siete goles como siete soles que metieron los portugueses a los coreanos, dejaron fuera a una selección marfileña en la que creían todos menos su técnico, un Eriksson al que esperamos que se le haya acabado ya el chollo.
Z de Zambrotta: En representación de toda una Italia incapaz de hacer honor a lo que de ellos se espera hasta el punto de no poder vencer ni a la otra “zeta” del Mundial, una invicta Nueva Zelanda.
Nostalgia de una semana
Disculparán la música , pero no encontré un video con una sonorización más digna.
domingo, 11 de julio de 2010
Furia mecánica
Afortunadamente dentro de los 32 equipos que llegaron a disputarla , llegó también un puñado de 23 hombres españoles que combatiendo de forma épica al Mundo resultadista y mezquino , obtuvieron con éxito su pase directo a la imortalidad.
¡Viva España!
miércoles, 7 de julio de 2010
El Príncipe y el Mendigo
Supongo que no soy el único trastornado con esta fantasía porque el tema ha sido eje central de caricaturas, series cómicas, películas de bajas pretensiones e incluso de algún libro. Mark Twain es un escritor demasiado antiguo y excesivamente gringo como para haberse interesado por el futbol, pero en una de sus novelas tejió un guión adaptado para Sudáfrica 2010: una Holanda alemana, una Alemania holandesa.
No tengo las credenciales para meterme en rollos políticos ni sociales, pero por todos es conocida la poca sintonía entre holandeses y alemanes, más allá de su rivalidad deportiva. Como buenos vecinos se caen gordos: comen diferente, hablan diferente, piensan diferente.
Durante toda la vida el paradigma alemán fue ganar mucho y gustar poco. No es que su futbol tuviera la racanería italiana o la sosería inglesa; simplemente era demasiado alemán: fuerte, inexpresivo, pragmático, inquebrantable. Probablemente, en un acto instintivo Holanda produjo un ADN inverso para su futbol. Lo hizo vistoso, alegre, vanguardista y mentalmente frágil; para así instalarse en la antípoda germana: gustar mucho, ganar poco.
Terminó la Eurocopa 2008. Nadie vio juntos a los antagonistas, no existen pruebas de reunión alguna; pero es innegable que príncipe y mendigo acordaron intercambiar ropas y roles. A Holanda le urgía saber qué se sentía tener el mundo a tus pies: ganar, ganar, ganar y ganar; Alemania precisaba descubrir cómo era eso de caminar y que la gente sonriera a tu paso, por el simple hecho de ser genuinamente encantador.
Y Holanda, disfrazada de Alemania traicionó su esencia para meterse a la Final del Mundial. Al percatarse del cruel destino que le aguardaba, su vecino decidió quitarse la ropa naranja y volver a ser el de siempre… pero ya era demasiado tarde para entonces. Hoy Holanda cena con miel de triunfo hecha en Alemania, los germanos duermen con el sabor del ya merito: patente holandesa.
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DEICIDIO FUTBOLERO
viernes, 2 de julio de 2010
"Ahora tengo la mano de Dios"
Esta Copa del Mundo nos debía días como el de hoy.
Vivir o morir , un estado futbolero decidido en una fracción de segundo. Suárez eligió lo primero a costa de cualquier fatídica consecuencia. Al final del día , el partido fue decidido hace 60 años cuando los antiguos héroes épicos uruguayos dieron forma a una camiseta que hicieron grande, que tarde o temprano tenía que volver a pesar en una Copa del Mundo. Hoy más que nunca aplicó la frase "a un equipo grande hay que matarlo , porque si lo perdonas te mata".