Mirar de reojo esperando el pase, correr como un rayo, sentir el aliento del defensa en el cogote, escuchar el rugido de Wembley, recibir, besar a las musas y rematar. Esta es la escueta historia de uno de los goles más bellos de la Eurocopa, La rúbrica la pone un genio, Paul Gascoigne.
Gazza ha sido uno de los últimos miembros de la estirpe de los malditos del fútbol británico. Esos que navegan entre dos aguas, el talento y la autodestrucción, que terminan debiendo su fama por igual al balón y la botella. Hace unos meses saltaba la noticia de que Gasgoine había intentado suicidarse en un hotel de Newcastle. Triste situación para alguien al que preferimos recordar por joyas como la que nos regaló ese 15 de Junio de 1996.
Aquella fue la Eurocopa de Alemania, de Sammer y Bierhoff, del nacimiento de una mítica selección checa, de un pletórico Davor Suker y como no un nuevo naufragio en cuartos de la selección española. Sin embargo aquel partido del grupo A ha quedado grabado en mi memoria. Inglaterra-Escocia, la rosa contra el cardo, San Jorge y el tartán, quince siglos de rivalidad condensadas en un Wembley repleto, festín de sabores con los mejores ingredientes que ofrece el fútbol británico.
En la larga historia de enfrentamientos bélicos entre Inglaterra y Escocia destaca la batalla de Culloden, en el siglo XVIII. En ella el ejército escocés del príncipe Eduardo intentó atacar por sorpresa al ejército inglés. La mala alimentación y avanzada edad de sus tropas provocaron que sus soldados cayesen exhaustos en plena carga aún antes de comenzar el enfrentamiento, siendo presa fácil pese a su heroísmo de los ingleses.Al igual que en Culloden, aquella selección escocesa acudía con una media de edad más alta del torneo, rondando los treinta y dos años. El papel de héroe correspondía a un ajado Gary McAllister que miraba sus mejores años por el espejo retrovisor. Sin embargo los escoceses recurrieron a la heroíca y contuvieron como leones a la anfitriona hasta los últimos veinte minutos.
Sin embargo también como en Culloden la debilidad física del once escocés provocó que llegasen con la gasolina justa al final del partido. Tras un gol de Shearer, McAllister tuvo la ocasión de disfrutar de un penalti. Las manos del irregular Seaman acababan con el sueño escocés al igual que una par de semanas después lo harían con el español. El resto, corresponde al rapto de inspiración de un mago, Gascoigne dedicó un último beso a Wembley. En la celebración sus compañeros simularon echarle agua por la garganta en una imitación de una juerga etílica de las que ellos llaman “de sillón de dentista” que había tenido lugar en Hong Kong el mes anterior. Genio y figura.
Aquella Inglaterra de Shearer, Sheringan, Southgate, Ince y Mc Manaman acabaría estrellándose frente a Alemania en semifinales. . Sin embargo entre las muchas gestas que presenció el viejo Wembley tiene un digno lugar, el día que se reeditó la batalla de Culloden y el gran “Gazza” dejó un monumento al fútbol.
Gazza ha sido uno de los últimos miembros de la estirpe de los malditos del fútbol británico. Esos que navegan entre dos aguas, el talento y la autodestrucción, que terminan debiendo su fama por igual al balón y la botella. Hace unos meses saltaba la noticia de que Gasgoine había intentado suicidarse en un hotel de Newcastle. Triste situación para alguien al que preferimos recordar por joyas como la que nos regaló ese 15 de Junio de 1996.
Aquella fue la Eurocopa de Alemania, de Sammer y Bierhoff, del nacimiento de una mítica selección checa, de un pletórico Davor Suker y como no un nuevo naufragio en cuartos de la selección española. Sin embargo aquel partido del grupo A ha quedado grabado en mi memoria. Inglaterra-Escocia, la rosa contra el cardo, San Jorge y el tartán, quince siglos de rivalidad condensadas en un Wembley repleto, festín de sabores con los mejores ingredientes que ofrece el fútbol británico.
En la larga historia de enfrentamientos bélicos entre Inglaterra y Escocia destaca la batalla de Culloden, en el siglo XVIII. En ella el ejército escocés del príncipe Eduardo intentó atacar por sorpresa al ejército inglés. La mala alimentación y avanzada edad de sus tropas provocaron que sus soldados cayesen exhaustos en plena carga aún antes de comenzar el enfrentamiento, siendo presa fácil pese a su heroísmo de los ingleses.Al igual que en Culloden, aquella selección escocesa acudía con una media de edad más alta del torneo, rondando los treinta y dos años. El papel de héroe correspondía a un ajado Gary McAllister que miraba sus mejores años por el espejo retrovisor. Sin embargo los escoceses recurrieron a la heroíca y contuvieron como leones a la anfitriona hasta los últimos veinte minutos.
Sin embargo también como en Culloden la debilidad física del once escocés provocó que llegasen con la gasolina justa al final del partido. Tras un gol de Shearer, McAllister tuvo la ocasión de disfrutar de un penalti. Las manos del irregular Seaman acababan con el sueño escocés al igual que una par de semanas después lo harían con el español. El resto, corresponde al rapto de inspiración de un mago, Gascoigne dedicó un último beso a Wembley. En la celebración sus compañeros simularon echarle agua por la garganta en una imitación de una juerga etílica de las que ellos llaman “de sillón de dentista” que había tenido lugar en Hong Kong el mes anterior. Genio y figura.
Aquella Inglaterra de Shearer, Sheringan, Southgate, Ince y Mc Manaman acabaría estrellándose frente a Alemania en semifinales. . Sin embargo entre las muchas gestas que presenció el viejo Wembley tiene un digno lugar, el día que se reeditó la batalla de Culloden y el gran “Gazza” dejó un monumento al fútbol.
Desde el principio pensé que era "ese gol" y si ahí lo tenemos con su barriga cervecera haciendo todo un golazo.
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