Jorge Luis Borges definió el fútbol así: "Es un invento post-colonial que sustituye las peleas a cuchillo". De eso, de peleas, alcohol, drogas, apuestas y sexo sin amor de los casados trata el lado oscuro de estos personajes, tan grandes futbolistas como piratas de la vida.
Harold Schumacher: No matarás
Precursor del mal estilo de otro portero alemán irascible, Oliver Kahn, pero más violento. Pudo matar (no es broma) a Battiston, defensa francés, en una de las entradas más salvajes de la épica futbolística. En el Alemania-Francia de España 82 en el estadio Sánchez Pizjuán de Sevilla. Un balón dividido, lo atrapó con las manos y giró el trasero para impactar contra el rostro del zaguero galo. Quedó KO y se temió por su vida. Al final, sólo esguince cervical. Pero un escalofrío recorrió el mundo. Portero del Colonia (siempre rechazó al poderoso, el Bayern Munich), la montó parda con uno de los primeros libros autobiográficos sinceros de este invento, el 'furgol'. 'Anppfiff' (traducido aquí como 'Tarjeta Roja' cuando significa 'Empieza el partido') lo revelaba todo. Como prácticas de dopaje con efedrina. Y eran los 80, cuando la lacra se perseguía menos que ahora en el fútbol. O ni eso. Sus denuncias le valieron la expulsión del Colonia, una inhabilitación para la 'Nationalmanschaaft' pese a ser el Jugador del Año. "Nos drogaron en el 84 con el Colonia. Los chicos corrían como diablos y, por supuesto, ganamos el partido". También escribió sin tapujos del sexo, como el vivido en la concentración alemana del 86, en México: "No somos eunucos. ¿Por qué no hacerlo con chicas que estén sanas? Es mejor organizarlo para que los más jóvenes no pillen cualquier cosa por ahí".
Julio Alberto: El intento de suicidio
No hay secretos. Todo es público. Está en su libro de memorias ("Mi verdad", 1995), una especie de psicoanálisis exhibicionista, la terapia habitual de los enganchados. Pero recayó y trató de suicidarse al borde de la locura. Dinero, mucho dinero. Y juventud, divino tesoro para la reina de los mares, la cocaína. Antes de fichar por el Barça, ya le marcó su yo interior un accidente mortal: el atropello de un transeúnte en la M-30.
En el Barça conoció a Diego (Maradona) y ahondó en la herida nocturna. Ídolo culé, con un gol a la Juventus en la semifinales de la Copa de Europa del 86 (sí, la de la final contra el Steaua; cualquiera pierde el norte tras aquél ridículo), fue un icono de la Selección que deslumbró en la Eurocopa del 84 y en el Mundial del 86. Por su entrega, por su fidelidad, por su carisma. Fueron un auténtico 'shock' en los 90 las revelaciones de su libro, como alquilar una isla un fin de semana (se casó con una Botín, tres matrimonios arruinados), gastarse su fortuna en coca y prostíbulos (también adicto al sexo) y su intento de suicidio en un hotel de Barcelona. Ahora, lleva vida de ex (eso es para siempre) y parece rehabilitado. Estuvo en las Maldivas de tratamiento. A su vuelta a Barcelona en 1998 fue detenido, acusado de robar dinero de la caja del bar en el que trabajaba. Ahora se manifiesta rehabilitado. Ánimo.
Tony Adams: 'Hooliganismo' de vestuario
"Me bebí un día el peso de mi cuerpo en cerveza". El central del Arsenal y de la Selección inglesa, ídolo en los noventa, queda elegido por aclamación en esta sección como un ejemplo más del 'hooliganismo' que caracteriza a uno de los prototipos del fútbol inglés, el jugador pendenciero. Estuvo en prisión por conducir borracho. Como él, decenas. Desde Jimmy Greaves en los 60. El 'hat-trick' vital que se llama: alcohólico, gamberro y apostador, una religión ésta última en las islas. Hasta perder mucha, pero que mucha pasta. Como Michael Owen o Jonathan Woodgate. Otros famosos del club del 'hat-trick' en la Premier fueron Charlie Nicholas, Bryan Robson, Lee Sharpe, Paul Merson, de los primeros en confesar públicamente sus problemas como terapia, Denis Wise, Mark Bosnich, Craig Bellamy, David Pleat, Lee Chapman, Keith Gillespie, Gary Speed, Lee Bowyer (pateó al estudiante de origen asiático Sarfraz Najeib de juerga), Robbie Fowler, Rio Ferdinand, Stan Collymore (adicto al sexo) o Teddy Sheringham (adorador de la llamada silla del dentista -te sientas, echas la cabeza para atrás y te rocían la boca de licor en plan tirador de sidra-)... Tipos, muchos de ellos que han dado con sus huesos en la trena, poco pero algún tiempo, que fueron precursores con sus golferías del actualmente de moda 'roasted', afición de los futbolistas británicos por protagonizar un 'gang-bang' (todos contra una) en habitaciones de hotel lujoso con mozas que sí, que sí, vale, que luego que no, que si denuncia por violación, que si no me acuerdo por el pedo que llevaba...
Paul Gascoigne: Alías 'Gazza'
Fue el mejor en su momento, finales de los ochenta y semifinalista en el Mundial de Italia 90, pero se fue consumiendo como sólo la noche apaga a los diablillos que recluta. Una foto mítica: Vinnie Jones agarrándole sus partes con fuerza e intención. Y una mala suerte supina (bueno, la que acompaña a los talentos que eligen ser perdedores y autodestructivos, una decisión respetable, personal e intransferible): dos lesiones gravísimas, una por una entrada criminal en una final de Copa inglesa en la que el agresor, él, recibió más castigo que el agredido, y otra con el Lazio romano. Poco más se supo de su fútbol creativo, brillante, como un paseo en Vespa por la Roma de Nanni Moretti. Maniaco depresivo violento, con desorden compulsivo obsesivo, grabó un 'single', de éxito en el Reino Unido (allí lo oyen y lo compran todo) y recayó de una de sus lesiones al recibir un puñetazo cuando estaba de marcha con ¡muletas! Apasionado del Algarve portugués, invitaba siempre que podía a un grupo de 'hooligans' a quemar con él los bares. Divorciado de Sheryl, por su alcoholismo recalcitrante y por su reconocida condición de maltratador, estrelló una vez el autobús del Middlesbrough. Por una gracia. Intentó jugar en China (a vueltas con las cervezas no le dejaron en el Gamsu Tianma). Eso sí. Se ganó a Inglaterra con sus sentidas lágrimas cuando vio la amarilla que le habría costado perderse la final del Mundial de Italia en 1990. Tras una orgía en el 85 revelada por el azote de los futbolistas, 'The News of the World", Gazza contestó tan pancho: ¿Tres en una cama? Pensaba que eran cuatro...".
Mané Garrincha: Sólo lo domó el alcohol
Manoel Francisco Dos Santos 'Garrincha', el ángel de las piernas torcidas, indomable amante de la libertad que salió de la pobreza para volver a ella (la eterna vuelta a los orígenes), fue uno de los mejores jugadores de Brasil, quizás el segundo tras Pelé. 'Estrella solitaria", una de sus biografías, escrita por Ruy Castro, fue llevada recientemente al cine. Porque su vida fue distinta, peculiar, autodestructiva, como corresponde a los nacidos en el segundo período del signo de Escorpión (como el Diego). Con las piernas arqueadas en lo que era un defecto de poliomielitis infantil, el patizambo Garrincha fue un extremo de muy señor padre, regateador hasta la extenuación del defensor. Ganó el Mundial del 58, en Suecia, y el del 62, en Chile. Pero acabó solo, alcoholizado, perdido en algo que nunca llegó a superar, el éxito, que voló junto al dinero. Persona sencilla, sin estudio alguno, que creció en el barrizal de una 'favela', se dice que a veces preguntaba en los descansos cómo iba el partido. La cantante de samba Elza Soares, con un pasado también notable (se casó a los 12 años), fue su eterna amante. Se le suponen 15 hijos con cinco mujeres distintas. Eso, y un tamaño descomunal de miembro. Hasta tiene un vástago sueco, Ulf Lindberg Henrik, fruto de una gira del Botafogo por el país que había deslumbrado con la 'canarinha' un año antes, en el 58. Se escapó del hotel, en Umea, y por la calle conoció a una chica, que lo reconoció e invitó a casa de sus padres. Allí lo hicieron, mientras aquellos veían la tele. Ya se sabe. Suecia, tierra de libertad sexual. La mujer abandonó luego al niño de piel negra y ensortijado pelo rubio en un orfanato. Garrincha vivió sus últimos días en un sótano, entre 'delirium tremens' por el ron y embobado por su pajarillo, al que llamó 'Libertad'. Cuando lo soltó de la jaula, se murió él. Muy lírico. Joaquim Pedro de Andrade, líder del 'cinema novo', filmó 'Garrincha, alegría del pueblo'. Su padre, alcohólico, jamás lo atendió, como ninguno de sus ¡25 hermanos!. Le apodó Garrincha, un pájaro tropical torpe. Tenía cierto retraso mental y no daban un duro por su vida en la 'favela'. Pero salió adelante para acabar hacia atrás.
George Best: Su nombre lo dice todo
Un comité de sabios, o algo así de rimbombante, debió facilitar que Irlanda del Norte jugara una fase final de un Mundial. Porque George Best, uno de los míticos iconos pop del fútbol, fue un jugador fenomenal. Distinto, regateador, un genio adelantado a su tiempo. Recientemente fallecido, recibió poco menos que honores de estado. Y es que el 'quinto Beatle', amén de inspirar una retahíla de cancioncillas populares en el país más musical del mundo, fue tan famoso dentro de la pradera como por los revolcones de alcohol y alcoba. Una miss mundo, dos hígados (también se pulió el segundo), escaleras de jardinero en los hoteles de concentración para que subieran las 'fans', el teléfono de Brigitte Bardot (a la que llamó pero no se entendieron por no saber idiomas)... Bueno, incontables leyendas, vaya que sí ciertas, y frases para el recuerdo. Como aquella de "gasto mi dinero en champán y mujeres; el resto lo desperdicio". Conquistó una Copa de Europa con el Manchester United y el corazón de las británicas. Guapo, elegante y con un 'modus vivendi' de estrella del pop, a Best siempre se le recordará por su apellido: "El mejor". Típico chico malo al que la opinión pública perdonó sus pecados, más o menos todos. Otra plusmarca: siete polvos en 24 horas con siete chicas distintas, correría conocida como 'The Magnificent Seven' en Inglaterra. Se sabe de él hasta dónde probó el alcohol por primera vez: en Zurich con los juveniles del Manchester United. Una pinta en su honor.
Romario: La noche no le confundía
Sigue jugando, porque en Brasil se puede hacerlo andando, y está considerando como uno de los 'cracks' de la historia del balompié 'brasileiro', el país del 'futebol'. Sólo un debe. E importante. La noche le confundió y le impidió ser aún más reconocido. Tras pasar por la aburrida Eindhoven (Holanda), descubrió Sitges en Barcelona y de allí sólo salió para entrenarse a desgana. Al punto que le pidió a Cruyff menos tensión en los ensayos, que a él le relajaba salir de noche y que lo demostraría con goles. Dicho y hecho. Embarazó, supuestamente, a Sonia Monroy, que se lo confesó al 'Butano' en la radio. Su rubia mujer le dejó y él le rogó al Barça marcharse un frío mes de enero. No pagó la manutención de sus hijos, eludió la cárcel por poco, pero es un dios en Brasil. Se desmayó en un entrenamiento con el Flamengo de pura resaca. Para el recuerdo futbolístico, la 'cola de vaca' a Alkorta, en un Barça campeón de Liga pero luego vapuleado por el Milán en la final de la Champions de 1994. Se desquitó un mes después y fue el líder del Brasil tetracampeón en Estados Unidos. Se habla de otro récord: sexo en un coche de viaje por Arabia Saudí, quizás el país más represor que haya. Jugó una vez en el Bernabéu con su padre secuestrado.
Paolo Rossi: El estafador
Ganó poco menos que él solo el Mundial de España 82. Bueno. Y la carnitina. Seis goles seguidos llevaron a Italia al tricampeonato, culminado en el Bernabéu ante Alemania con Sandro Pertini saltando en el palco junto al rey. Pero antes de la cumbre, hubo muchas pendientes en la vida de este delantero centro, de este hombre gol con nombre propio en el 'calcio' y que ya destacó en el Mundial de Argentina 78. El domingo 23 de marzo de 1980, al acabar una jornada, fueron detenidos once jugadores de la Serie A italiana. Rossi, entonces en el Perugia, fue uno de ellos. Todo por un escándalo de apuestas clandestinas. Le cayó un año de sanción y volvió justo para España 82, con presiones de todo tipo para ello. Como consecuencia de su éxito, hubo indultos para otros implicados a los que les llegaron a caer cinco años de sanción no cumplidos. La 'dolce vita' italiana premia así a sus héroes, que soldado vivo vale para otra guerra. Su nombre aparece en la letra de Manu Chao para la canción 'Santa Maradona': "Berlusconi, Bez y Tapie comprendieron bien a Paolo Rossi". Al dejar el fútbol (fue estrella de la Juventus, el club de Italia en mayúsculas), trató de comprar el Ibiza para convertirlo en un grande. Quedó el proyecto en nada, no así su disfrute de la noche ibicenca.
Eric Cantona: El karateca
El 'enfant terrible' del fútbol francés, no tan fino en su 'savoir faire' con su ejemplo. Fue de equipo en equipo, de bronca en bronca con presidentes, entrenadores y compañeros. Difícil y creativo. Pintaba abstracto después de los entrenamientos. Un perfil poco futbolero. Auxerre, Martigues, Marsella, Burdeos, Montpellier, Nimes... Culo inquieto y boca sucia. Mil problemas. Insultó al seleccionador Henri Michel en 1988. Diez meses de ausencia con los 'bleus'. Pegó a un compañero del Montpellier. Tiró la camiseta al césped en un partido del Marsella. Le dio un balonazo a un árbitro. En 1992 cambió su vida y la de la Liga inglesa. Le fichó el Leeds United, al que hizo campeón. Allí se inventó lo de 'Ooh, Aah, Cantoná'. Y de ahí al estrellato mundial con el Manchester United. Lo rescató de las catacumbas y lo trasladó en volandas al pedestal. Su momento estelar, en cualquier caso, no fue el error contra Bulgaria que eliminó a Francia para el Mundial 94. Ni el gol en la final de la FA Cup al Liverpool. Estuvo en su arrebato, en ese instante de cruce de cables que puede cambiar una vida en una décima de segundo. Cruzar al lado oscuro, que se llama. Ocurrió en Selhurst Park, el estadio del Crystal Palace (buen nombre para un quinteto de cuerda). Fue sustituido y, camino de los vestuarios, un 'hooligan' local, Richard Shaw (se le cayó el pelo ante el juez), bajó las escaleras desde su asiento para increparlo. Aludió despectivamente a su condición de francés. Para qué quiso más. Saltó Cantona como en 'La casa de las espadas voladoras' y le arreó a base de bien. 'Mortal Kombat', lo nunca visto. Patada con los tacos afilados. Evitó la cárcel: ocho meses de suspensión y 120 horas de trabajo social. Lo dejó en el 98. Ha filmado varias películas francesas sin el éxito que esperaba. Vive en el campo y ahora lidera la campaña publicitaria de Nike 'O jogo bonito'. Su frase favorita: "No quiero inscripción alguna en mi tumba. Bastará con una piedra vieja. Quiero dejar tras de mí un sentimiento de gran misterio".
Hristo Stoichkov: el que pisó
El mejor futbolista de la historia del balompié búlgaro. Y el más gamberro. Por lo que hizo en el Barça, consagrarse, y por llevar a su selección al cuarto puesto en Estados Unidos 94. Pero de manera peculiar. Lideró la concentración a su manera, por delante del seleccionador. Los jugadores fumaban, bebían, apostaban a las cartas hasta la madrugada. Vida insana pero sensación en el campo. Éxito y gloria de unos pendencieros que, libres de ataduras, casi ganan un Mundial. Repitió 'modus vivendi' en Francia 98, aunque sin fortuna. Se fue a quemar la noche parisina con Lubo Penev dos días antes de jugar contra España. Llegaron como si tal cosa por la mañana al hotel, en el sur de París, y con su estilo chulesco de matones de barrio (con cariño) pasearon por el jardín. Stoichkov tiró a la piscina a Lechkov, móvil incluído. Pero ni le tocaron un pelo. Era el 'boss' total. Iban a echarlos directamente y a no actuar frente a los de Javi Clemente. Pero el peso del líder, la pasión de Hristo, pudo con directivos y técnicos. Jugaron. Aunque como si no. 6-1 para España, eliminada no obstante por el cante de Zubizarreta contra Nigeria. Pero el estrellato lo alcanzó Hristo con el pisotón a Urízar Azpitarte en un Barça-Real Madrid de Supercopa en 1990. Es decir, cumplió el sueño más radical de un barcelonista, darle al árbitro por ir con el Madrid. Eso lo acercó aún más a su afición. Recibió una sanción de dos meses. Sus antecedentes en el CSKA ya fueron interesantes. Abrió la espita de una monumental tangana ante el Levski, el clásico local. Tanto se dieron en aquella final de Copa del 85 que la Federación, en un país todavía comunista, sancionó por varios meses a los jugadores implicados y a él a perpetuidad (la mecha la prendió, claro, Hristo, luego indultado por sus facultades futbolísticas que necesitaba la Selección) y hasta les cambió el nombre a los clubes, por Sredets y Vitosha, algo así como si al Madrid y al Barça les llamaran Chamartín y Ciudad Condal por mandato gubernamental. Ahora es seleccionador búlgaro. Sin mucho éxito. Montó un banco (sí, de los de pasta) con su 'hermano' Penev en Sofía. Cuando llegó al Barça, se pulió la ficha en tres meses. Tuvo que pedirle un adelanto a Núñez. Y cuando el Oporto fichó a Kostadinov, su rival en Bulgaria, le esperó en el aeropuerto de El Prat para llevarlo de tiendas y pagarle vestuario a la última y no el clásico terno de la 'nomenklatura'. Único.