Ah, los colores. La gente suele tomarse muy en serio los colores. Como si el dios del fútbol (y no hablo del pinche gordo adicto que adoran los argentinos) hubiera bajado con un montón de camisetas el día de la creación, para entregarlas solemnemente a los jugadores. En realidad, casi todos los colores del fútbol salen de la necesidad o la casualidad. Muy pocos equipos visten los colores elegidos el primer día.
Consideremos, por ejemplo, el rojo que caracteriza a dos de los clubes más gloriosos de Inglaterra, el Liverpool y el manchester united. La realidad es que ni unos ni otros querían jugar de rojo. El Liverpool nació en 1892 de azul y blanco, como su rival ciudadano, el Everton. Dos años después, para distinguirse del Everton, cambió a la camiseta roja con pantalón blanco. En 1964, el entrenador Bill Shankly convenció a sus futbolistas de que vistieran completamente de rojo. "Parece que miden dos metros", les dijo. Y le creyeron.
El Manchester United empezó llamándose Newton Heath Lancashire & Yorkshire Railway, como la empresa ferroviaria para la que trabajaban sus jugadores, y, por lógica, asumió los colores de la compañía, el verde y el amarillo. Luego, durante un par de temporadas, usaron el azul. En 1893, la compañía de ferrocarril puso en venta el campo en el que jugaba el equipo y los futbolistas, cabreados, decidieron romper los vínculos ferroviarios y usar un color que no tuviera nada que ver. El rojo les pareció bonito.
Lo del Juventus fue más pintoresco. En su acto fundacional eligieron vestir camiseta rosa, pajarita y pantalón negro. Como el rosa descoloraba enseguida y quedaba blanquecino, pidieron a un fabricante inglés unas camisetas rojas como las del Nottingham Forest. El fabricante, no se sabe por qué motivo, les envió las camisetas blanquinegras del Notts County. Cuando las recibieron, las aceptaron: como buenos turineses, pensaron que el tejido era bueno y que ya habían gastado bastante.
La mayoría de los equipos empezaron de blanco, porque bastaba la ropa interior. Así empezó el Real Madrid, en calzoncillos. E hizo valer su condición de decano del fútbol madrileño para no tener que añadir colores adicionales al equipamiento. El River Plate no era decano, y, como muchos otros, tenía que fijar una banda de color en diagonal sobre la camiseta blanca. Un año aprovechó la tela roja sobrante de una comparsa de carnaval, llamada Los habitantes del infierno, y ya no cambió.
Boca Juniors tuvo que cambiar a la fuerza: después de probar con los colores blanco, celeste y azul, se quedó con las franjas blanquiazules. Pero los de San Lorenzo vestían casi igual. Se jugaron los colores a un partido, y los de Boca perdieron. ¿Solución? Adoptar los colores de la bandera del barco que entrara en el puerto de Buenos Aires, a una determinada hora. El barco resultó sueco. Y los colores, por tanto, azul y amarillo.
Consideremos, por ejemplo, el rojo que caracteriza a dos de los clubes más gloriosos de Inglaterra, el Liverpool y el manchester united. La realidad es que ni unos ni otros querían jugar de rojo. El Liverpool nació en 1892 de azul y blanco, como su rival ciudadano, el Everton. Dos años después, para distinguirse del Everton, cambió a la camiseta roja con pantalón blanco. En 1964, el entrenador Bill Shankly convenció a sus futbolistas de que vistieran completamente de rojo. "Parece que miden dos metros", les dijo. Y le creyeron.
El Manchester United empezó llamándose Newton Heath Lancashire & Yorkshire Railway, como la empresa ferroviaria para la que trabajaban sus jugadores, y, por lógica, asumió los colores de la compañía, el verde y el amarillo. Luego, durante un par de temporadas, usaron el azul. En 1893, la compañía de ferrocarril puso en venta el campo en el que jugaba el equipo y los futbolistas, cabreados, decidieron romper los vínculos ferroviarios y usar un color que no tuviera nada que ver. El rojo les pareció bonito.
Lo del Juventus fue más pintoresco. En su acto fundacional eligieron vestir camiseta rosa, pajarita y pantalón negro. Como el rosa descoloraba enseguida y quedaba blanquecino, pidieron a un fabricante inglés unas camisetas rojas como las del Nottingham Forest. El fabricante, no se sabe por qué motivo, les envió las camisetas blanquinegras del Notts County. Cuando las recibieron, las aceptaron: como buenos turineses, pensaron que el tejido era bueno y que ya habían gastado bastante.
La mayoría de los equipos empezaron de blanco, porque bastaba la ropa interior. Así empezó el Real Madrid, en calzoncillos. E hizo valer su condición de decano del fútbol madrileño para no tener que añadir colores adicionales al equipamiento. El River Plate no era decano, y, como muchos otros, tenía que fijar una banda de color en diagonal sobre la camiseta blanca. Un año aprovechó la tela roja sobrante de una comparsa de carnaval, llamada Los habitantes del infierno, y ya no cambió.
Boca Juniors tuvo que cambiar a la fuerza: después de probar con los colores blanco, celeste y azul, se quedó con las franjas blanquiazules. Pero los de San Lorenzo vestían casi igual. Se jugaron los colores a un partido, y los de Boca perdieron. ¿Solución? Adoptar los colores de la bandera del barco que entrara en el puerto de Buenos Aires, a una determinada hora. El barco resultó sueco. Y los colores, por tanto, azul y amarillo.