escritor - Premio de Periodismo Rey de España 2010
Cada cuatro años, futbolistas de plástico salen en forma coleccionable de las cajas de cereal y la televisión se llena de semidioses que anuncian desodorante. El consumo se disfraza de épica y las tribus aguardan goles redentores.
El gran futbol ocurre en la Champions, máxima reserva de la calidad y el temple competitivo. El Mundial es otra cosa: la versión geopolítica del anhelo, la oportunidad de sentir que todos estamos ahí. Su mayor virtud es que ocurre cada cuatro años, tiempo suficiente para que la esperanza sea más atractiva que la realidad.
Sudáfrica prometía mucho: la Copa se disputaba en el continente del origen, del que depende el futuro del futbol. Pero sólo Ghana protagonizó juegos de alto dramatismo.
La fiesta fue notable en lo que toca al estruendo de las vuvuzelas, pero faltaron partidos con volteretas, goles de embrujo, figuras decisivas, asombros de último minuto. El trofeo al mejor jugador se lo llevó Diego Forlán, quien chutó con calibrada puntería en nombre de Uruguay, esforzado cuarto lugar. Por culpa de Holanda, la final fue una versión campestre de El Club de la Pelea y el campeón brilló menos de lo que merecía.
El Mundial 2010 provocó un safari televisivo de etnias y jirafas. En los estadios la cacería fue menos vistosa. La afición bostezó más que los hipopótamos. Pocas jugadas se recordarán tanto como el waka-waka de Shakira.
Con excepción de Italia '90 y Estados Unidos '94, ningún Mundial había sido peor. Tampoco se puede decir mucho de los Mundiales de 2002 y 2006.
Y pese a todo, el público no deja de aportar penachos, máscaras y maquillajes. El Mundial es, ante todo, un gran pretexto para disfrazarse en las tribunas.
Algunos estrategas perjudicaron a sus equipos. Dunga militarizó la samba y Maradona entrenó con besos y abrazos. Brasil y Argentina podían dar más.
Pero la principal responsabilidad de los desfiguros es de la FIFA, reguladora del comercio de pies. En alianza con Adidas, lanzó el balón jabulani. Nunca una esfera ha sido tan esquiva. Aunque Forlán logró domar al bicho, la mayoría se sintió ante una pelota de circo, más apta para una foca que para un tiro al ángulo. El jabulani fue como el Santo Grial, la fórmula de la Coca-Cola o la flor azul de los románticos. No se sabía qué era más peligroso: perseguirlo o encontrarlo.
El arbitraje no pudo ser peor. La pifia máxima ocurrió en el Alemania-Inglaterra. El árbitro se negó a convalidar un golazo que significaba la resurrección inglesa. Para verlo no se necesitaba otra tecnología que tener un ojo medianamente abierto.
Hubo tantos errores arbitrales que los comentaristas volvieron a solicitar que un robot se ocupe del alma humana. Una de las razones por las que el futbol pone nerviosa a tanta gente es que el árbitro puede equivocarse. Por desgracia, en Sudáfrica los silbantes fueron profesionales del error. La FIFA no supo escoger a jueces capaces de errar sin que eso fuera inhumano.
Joseph Blatter tiene el puesto con mayor consenso en el planeta. A ningún jerarca se le obedece tanto. Para garantizar su dominación global, permite que demasiados equipos lleguen a la competencia.
No hay 32 selecciones que valgan la pena. Su razón de estar ahí son las ganancias televisivas. El Mundial dura demasiado, ofrece partidos sin interés y permite que un crack se fracture ante un equipo que no distingue los tobillos de las piedras. Para cuartos de final, los sobrevivientes tienen estrés postraumático.
El trepidante comercial de Nike, "Escribe el futuro", anunció lances de delirio que no llegaron a la canchas. Es una lástima que Drogba, Rivery, Rooney, Cristiano Ronaldo y Cannavaro hayan jugado como si anunciaran zapatos.
¿Qué vuelve inolvidable a un Mundial? El apasionado triunfo del país sede (Uruguay'30, Inglaterra'66, Alemania'74, Argentina'78, Francia'98); la consolidación de un equipo fuera de serie y un astro que lo comanda (el Brasil de Pelé en México'70, la Holanda de Cruyff, subcampeona en Alemania'74, la Argentina de Maradona en México' 86); el triunfo de David sobre Goliat (Uruguay ante el equipo local en Brasil'50, Alemania venciendo a Hungría en Suiza'54); los partidos de ida y vuelta (España'82 es un museo al respecto). Nada de esto pasó en Sudáfrica.
España triunfó con mérito, pero no fue la arrolladora selección que vimos en la Eurocopa 2008; perdió con Suiza, tuvo a su disposición dos penales y falló ambos, ganó cada juego por la mínima diferencia, no participó en ninguna goliza ni en una remontada.
En lo que toca a México, nos quedamos por quinta vez en el cuarto partido, algo que no es genial ni trágico sino mediocre. El Chicharito Hernández demostró que el futuro tiene nombre, pero Javier Aguirre apostó por el pasado.
El primer trasplante de corazón se realizó en Sudáfrica. Tal vez por eso el futbol salió de ahí con necesidad de un bypass.
Pero nada vuelve tan fácil como la ilusión. Todo lo que he dicho se anula con una palabra: "Brasil". Ahí se jugará el Mundial 2014.
La magia tiene permiso.