A los enemigos del fútbol :

Hay un tipo de antifutbolero, muy extendido, que hace de su militancia contra el fútbol el argumento máximo para defender su SUPUESTA inteligencia.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Las razones del éxito

En la guerra cultural planetaria, el fútbol es el producto europeo con más éxito. Estados Unidos no ha conseguido exportar ni el béisbol ni la versión del rugby que allí llaman football. El balón jugado con los pies, en cambio, rueda por los descampados suramericanos, por las calles africanas y por las esquinas de Asia. El invento británico no dejó de crecer durante el siglo XX y sigue expandiéndose en el XXI sin que las razones aparezcan del todo claras.


¿Es por la brillantez del juego? Esa respuesta se desploma a los pies de cualquiera que vea fútbol con cierta regularidad. El juego en sí sólo tiene el mérito del espacio abierto conjugado con la ocasional emoción en las áreas. ¿Es porque cada vez se juega mejor? Sigan con atención un partido normal de cualquier Liga normal, la japonesa, la colombiana o la polaca, y comprueben lo que da de sí. ¿Es por el brillo del césped? ¿Por el talento de los grandes futbolistas? Un par de economistas, Stefan Szymanski y Andrew Zimbalist, han publicado un libro titulado National pastime Pasatiempo nacional) en el que comparan la organización administrativa del béisbol y el fútbol y sugieren una posible respuesta. El béisbol, como todos los deportes estadounidenses, se organiza sobre un sistema limitado de franquicias. Los clubes pueden cambiar de ciudad, pero son siempre los mismos. No hay ascensos ni descensos, se regula el mercado de fichajes de forma que favorezca a los débiles y se limitan tanto los sueldos de los jugadores como el presupuesto de los clubes. El resultado, en teoría, es una competición casi perfecta. El fútbol, en cambio, se mueve en el caos.

Cuando una junta directiva se fija el objetivo de ascender de categoría gasta todo lo que puede y lo que no puede en fichajes; si el equipo no logra ascender, no mejoran los ingresos y todo ese gasto, convertido en deuda, supone un paso hacia la quiebra. Aunque todo depende al final del juego y de los marcadores, las grandes instituciones disponen de un margen de ventaja: su importancia social las hace en la práctica inmunes al colapso económico. Pueden gastar y gastar y son cada día más fuertes frente a una clase media proletarizada ante el carísimo envite de los torneos continentales. El resultado, en teoría, es una competición desigual, previsible, imperfecta.

¿Saben qué sugieren Szymanski y Zimbalist? Que la gracia del fútbol está justamente ahí. El Juventus tiene que ganar al Parma y gana; el Milan tiene que ganar al Treviso y gana. Pero no siempre. La fluidez de la escala futbolística permite que un club de un barrio de Verona, el Chievo, pueda medirse hoy con las superpotencias. Cualquier otro club de barrio, en Ucrania o México, tiene el derecho a soñar en unos cuantos años mágicos, en una escalada desde las categorías regionales hasta la Primera División y en una fabulosa victoria internacional. ¿Por qué no? El truco es ése. El fútbol acoge todas las pasiones personales, sociales y nacionales porque en él nada es imposible. Llevado al extremo, resulta que el éxito del fútbol tiene más que ver con las normas federativas de ascensos y descensos que con la inspiración de Kaká.

Todo el mundo sabe que el Livorno no puede ganar la Liga. De momento, sin embargo, ese pequeño club de provincias ha decidido no vender a su héroe, Lucarelli, y está ahí, a rebufo del Juventus. Tras toda una vida en la oscuridad, disfruta de una época dorada. Quizá efímera, pero real. Olvídense de la belleza, del desmarque y del toque prodigioso. Lo que cuenta es otra cosa. El fútbol, como el halcón maltés, es del material con que se fabrican los sueños.


ENRIC GONZÁLEZ
EL PAÍS - Deportes

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